06 febrero 2013

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Ciencia ficción en la escuela.


El año comienza. Nos encontramos en los primeros días del mes de febrero. A estas alturas en muchos países del mundo las clases ya han comenzado, en otros todavía el curso anterior ni siquiera ha terminado. Y en otros, como es mi caso, apenas nos encontramos con el alba del año escolar.

Indistintamente del tiempo en el que nos encontremos, hay algo que no cambia en ninguna parte del mundo y en ningún centro educativo: el hecho de que el profesorado debe planificar sus clases. Es decir, debe ordenar, previamente a la llegada de sus nuevos alumnos, los contenidos de forma secuencial y “lógica”, debe escoger una serie de objetivos didácticos, debe pensar en los tiempos de ejecución de estos contenidos, debe pensar cómo evaluarlos y quizás de una forma menos intensa debe pensar cómo impartirlos. He dicho que menos intensa porque seguramente su forma de compartir los contenido con sus alumnos no variará mucho del año anterior  y del resto de los mortales: él delante de los chicos, estos “callados” escuchando lo que el maestro tiene que decir.

Esta engorrosa actividad de planificar supone muchos elementos: teorías del aprendizaje, taxonomías para escoger muy bien los objetivos, conocimientos de rúbricas para saber qué competencias han de desarrollarse, selección de recursos, etc… pero seguro que no toma en cuenta: Qué es lo que alumno/a realmente quiere aprender.

No es extraño encontrarnos con salones que al entrar se escucha la voz del profesor “intentando” llamar la atención de sus estudiantes, mientras estos se entretienen en mil y una cosa,  menos poner atención a lo que esa voz que se escucha en el fondo trata de decir. ¿Por qué? Porque lastimosamente a ellos no les interesa. ¿Por qué? Porque lastimosamente lo que se dice no es interesante. ¿Por qué? Porque lo que se dice en el salón de clase está muy lejos de SU realidad.

Si lo que acontece en el salón de clases, no se parece a lo que acontece en la realidad, entonces la ciencia ficción está en el aula. Queremos que los chicos se interesen por el mundo exterior. Pero quién se interesa por SU mundo interior. Que es lo que a ellos realmente les preocupa. Solo lograremos que les importen las ciencias si ellos experimentan que alguien se interesa por sus cosas.

Entonces, ¿No debemos enseñar nada en el aula? Claro que sí. Lo que está en juego no es el contenido, que lastimosamente se ha convertido en un fin en sí mismo. Sino la metodología. Queremos que nuestros chicos y chicas sepan lo que el sistema dice que deben de saber. Y el sistema no quiere personas, quiere Universitarios, quiere “buenos ciudadanos”, quiere trabajadores... Mientras que nuestros muchachos simplemente quieren vivir.

Al encontrarse este choque de “quereres” que no coinciden, es cuando lo acontecido en el aula es más parecido a un grupo de vándalos que desean escapar de prisión, que a una experiencia educativa.

Según Ricard Huguet  en su ponencia “El futuro según nos cuentan los niños”, dice que los chicos tienen tres habilidades, que la escuela se encarga de matar:

·      Los niños poseen la capacidad innata de saber qué necesitan
·      Los niños prefieren aprender a aprender, a que se les diga cómo deben hacerlo
·      Los niños prefieren facilitadores que profesores.

Una pequeña modificación de estas tres cuestiones en nuestra forma de planificar y hacer docencia significaría una gran modificación del concepto de escuela.

Pero creo, desde mi experiencia, que muchos adultos, en este caso docentes, sienten miedo frente a la juventud de nuestros chicos, frente a sus inquietudes, intereses y necesidades. El adulto parece que ha olvidado, como canta Serrat, “que un día tuvo la carne firme y fuego en la piel”. Porque ante la pregunta fulminante de un estudiante “¿Esto para qué me va a servir?” un profesor se queda sin respuesta.

“Para la vida”- podrá responder alguno… ¿Cuál vida? Si lo que hay allá afuera no es más que un montón de adultos con caras largas, haciendo lo que nos les gusta y viviendo como no les gusta. En mundo donde se dice que es lo que se debe hacer, que es lo que se debe usar, que cosas se deben comprar para ser feliz. Pero la felicidad no es el poseer cosas; es lo que los chicos en el aula manifiestan: Vivir. La escuela no enseña a vivir, enseña a cómo adaptase a ese mundo en el que toca “sobrevivir”, en lugar de enseñar a cómo transformarlo, en lugar de enseñar a como ser responsablemente libre.

¿Qué es un adolescente? Una inadaptado social. Y ¿un adulto? Uno que lastimosamente ya se adaptó.

Todos hablan de la educación integral  del ser humano. Pero siguen queriendo alimentar cerebros, en lugar de alegrar corazones. Y ¿quiénes son los culpables de esto?... ¿Los profesores? ¡NO!... Todos.  Porque nos hemos dejado robar la alegría de vivir. Ya no tenemos u-topías (un lugar) para vivir, y al faltar estas tampoco hay eu-topías (buenos lugares) donde vivir.

Término esta reflexión recordando la parábola que el escritor y filósofo noruego Jostein Gaarder contaba en su libro “el mundo de Sofía”, cuando el mentor de Sofía le escribía su primera carta:

“A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador. 

 No le quitemos a nuestros chicos la capacidad de asombro… no lo aferremos a la “piel del conejo”  con esas planificaciones basadas en estándares a los que solo les importa un número de calificación…   Démosle la posibilidad de explorar las fronteras de su imaginación, dudas, preguntas, e increencias… asombrémonos con ellos… descubramos junto a ellos las posibilidades del cambio social, cambiando primero en primera persona.  Hagamos de la escuela una alternativa de vida y sociedad. Porque así y solo así estamos garantizando un mejor futuro.

Pd.
Creo que no debe olvidarse, para aquellos que no creen que lo dicho arriba es posible, que la Pastoral Juvenil ha sido quizás una de las pocas instancias que al trabajar con los jóvenes ha logrado incidencias significativas en la educación de los muchachos. No solo porque presenta a un modelo de persona ejemplar: Jesús. Sino porque además ha logrado hacer vida todas esas metodologías que tocan los sentidos, por ende la vida, por ende enseñan a vivir.
Da gusto ver a  jóvenes líderes, que sin tener ninguna titulación en didáctica y pedagogía,  crean en su grupos experiencias de aprendizaje como grandes expertos. Esto demuestra que “todo es posible para el que cree.” 
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